En mi experiencia dentro del activismo siempre me ha causado una gran inquietud como las siglas que se manejan en muchos movimientos por la diversidad sexual de todo el mundo varían en cuanto a su número y orden. He visto que algunas organizaciones y movimientos se identifican como GLBT, GLBTTT, GLBTI, LGBTI, LGBQTI, GLTBI, todas siempre pretendiendo abarcar un conglomerado de personas sexualmente diversas.
Comprendo que la variación del número de letras y su orden corresponden a un asunto político de sus militantes, quienes de acuerdo a una serie de principios relacionados con la visibilización y la lucha han querido siempre demostrar la inclusión de las personas con identidades sexuales y de género diversas. La I que hace mucho tiempo no aparecía en algunos movimientos de América Latina, empezó a incluirse desde hace unos cinco años para identificar a las personas intersexuales (antes llamadas hermafroditas) dentro de la diversidad sexual que representan.
La Q es una letra que se empezó a utilizar en varios movimientos de los Estados Unidos para incluir a las personas que se identifican como Queer, que en su equivalente español literalmente significa raro, extraño o anormal. La inclusión de nuevas letras dentro de las siglas, pretende de alguna manera demostrar que se está visibilizando a otras identidades que antes habían estado ocultas en las organizaciones y movimientos por la diversidad sexual.
Aunque el activismo ha tenido como premisa la lucha por la inclusión, considero que muchas personas que representan a las distintas diversidades, han visto cada vez más la necesidad de separarse para visibilizar plenamente sus diferencias y exigir el cumplimiento de sus derechos de acuerdo a sus necesidades específicas como grupo humano.
En el caso particular de Ecuador, la experiencia de organización de las personas trasngéneros (de hombre a mujer) ha servido como un referente para mostrar como aquellas siglas que pretenden ser cada vez más abarcadoras, terminan por dispersarse. La organización de las mujeres lesbianas en años recientes, fruto de discusiones políticas intensas entre las activistas lesbianas feministas que cuestionaron su invisibilidad dentro de algunas organizaciones GLBT en la ciudad de Quito, es otra prueba de ello.
A pesar de que algunas mujeres lesbianas con carrera dentro del activismo por sus derechos lograron separarse de las organizaciones GLBT en las cuales no se sentían representadas, muchas de éstas organizaciones que manejan un discurso de inclusión siguen utilizando la L dentro de sus siglas, aunque no tengan un grupo permanente de lesbianas que hagan presencia en el activismo.
Más allá de analizar por qué las mujeres lesbianas no han podido ser visibles dentro del activismo, me pregunto acerca de los discursos utilizados por muchos compañeros que se identifican como gays. La reproducción de un modelo heteronormativo basado en formas de representación entre el activo y el pasivo, desdeñando al último especialmente si es exageradamente afeminado o loca, demuestra como la feminidad es desplazada hacia algo despreciable.
Más allá de analizar por qué las mujeres lesbianas no han podido ser visibles dentro del activismo, me pregunto acerca de los discursos utilizados por muchos compañeros que se identifican como gays. La reproducción de un modelo heteronormativo basado en formas de representación entre el activo y el pasivo, desdeñando al último especialmente si es exageradamente afeminado o loca, demuestra como la feminidad es desplazada hacia algo despreciable.
El discurso heteropatriarcal que considera a las mujeres como personas inferiores dentro de una jerarquía sexual, es asimilado por muchos varones gays que consideran que la imagen del macho masculino es una forma de mostrarle a la sociedad que los gays no son las típicas locas afeminadas, desechando de este modo toda forma de relación con lo femenino. Este discurso androcéntrico, influye directamente en la falta de representación que han tenido muchas mujeres lesbianas dentro de las organizaciones y movimientos GLBT.
La ausencia de interés por profundizar en los estudios teóricos lésbicos, gays y trans, ha hecho que muchos hombres gays activistas desconozcan que desde los estudios feministas contemporáneos iniciados a finales de los sesenta y durante los setenta, se llegó a una comprensión mayor del funcionamiento del sistema patriarcal que excluye a los gays. Posteriormente en los noventa se hicieron nuevas propuestas en los estudios de género que han continuado vigentes hasta hoy.
La mayoría de los estudios de género recientes que han servido a muchos movimientos GLBT en Estados Unidos y Europa para sustentar su discurso político, fueron realizados por mujeres lesbianas académicas de distintas disciplinas, entre las que puedo mencionar a Gayle Rubin, Monique Wittig, Rosi Braidoti y Judith Butler. Las estudios relativos al sistema sexo género son el mejor aporte de éstas mujeres para los estudios lésbicos, gays y trans.
Mientras no se realice un replanteamiento de los discursos asimilacionistas de la matriz heterosexual dentro de los movimientos que luchan por el reconocimiento de la diversidad sexual, la invisibilidad de las lesbianas continuará existiendo. Las prácticas de rechazo por parte de los hombres gays y heterosexuales a las distintas formas de feminidad y masculinidad incluidas en las identidades lésbicas, sólo pueden terminar cuando exista una comprensión profunda de lo que significa para las lesbianas ser mujer en un mundo de hombres y para los hombres.